Page 8 - Acciones Alicantinas
P. 8

por tanto, la diferencia entre renta fija -obligaciones con un interés inamovible– y renta variable –acciones con las que se podía obtener grandes o nulos beneficios–. En España la mayor nove- dad fue el desarrollo de las sociedades por acciones, puesto que la renta fija tenía una larga y tortuosa tradición: desde los juros de los Austrias a los vales reales de los siglos XVIII y XIX que, en no pocos casos, fueron auténticos fraudes para inversores nacionales y extranjeros, con la diferencia de que estos últimos no volvían a fiarse del Estado español. En el caso del Banco de España, cuyo primer antecedente fue el Banco Nacional de San Carlos de 1782, obtuvo el mo- nopolio de emisión de billetes en 1874 y dejó de tener accionistas particulares nada menos que en 1962, cuando en pleno cambio de la política económica de los gobiernos de la dictadura de Franco, el Banco de España pasó a ser propiedad exclusiva del Estado.
En el caso de España, las sociedades por acciones y la actividad de las bolsas de valores tuvieron que esperar al final de la primera guerra carlista en 1839 para iniciar una etapa de crecimiento, relacionado con la inversión en los ferrocarriles y en la banca privada. Como ten- dremos ocasión de ver, en el caso de Alicante, las primeras aportaciones de capital a sociedades anónimas se relacionaron con sociedades mineras que, más que minerales, lo que buscaban preferentemente era el agua para el riego y para el abastecimiento de las ciudades. Gobiernos progresistas como los del bienio 1854-1856 favorecieron la concurrencia de inversores extran- jeros –la Ley General de Ferrocarriles de 1855 sería el ejemplo más significativo–. A partir de la Gloriosa revolución de 1868 y hasta el comienzo de la Restauración, la legislación volvería a ser más permisiva con los inversores extranjeros, omnipresentes como se podrá apreciar en la provincia de Alicante.
A partir de 1874, con la Restauración, las sociedades por acciones, con una importantísima aportación de capitales europeos, las encontramos no sólo en los ferrocarriles de vía ancha y vía estrecha, sino en todo tipo de empresas: siderurgia, electricidad –y sociedades de riegos por energía eléctrica–, banca, compañías de seguros, servicios urbanos, automóviles y un largo etcétera.
Si hace algunos años –Jordi Nadal, 1975– leíamos acerca del fracaso de la Revolución Indus- trial en España, más recientemente, Gabriel Tortella se refirió al primer tercio del siglo XX como la “edad de plata” de la industrialización española, en la que la economía valenciana ocuparía el tercer puesto, tras Cataluña y el País Vasco. La dictadura de Primo de Rivera también creó importantes sociedades por acciones: la Compañía Teléfonica Nacional de España fue sin duda una de las mayores por la cantidad de accionistas. La Guerra Civil y la más que desafortunada política económica de los primeros 20 años del franquismo, retrasaría la culminación de la in- dustrialización española hasta mediados de la década de los cincuenta, cuando, con otras cir- cunstancias históricas –sin guerra y sin dictadura–, podría haber culminado mucho antes.
6 Acciones AlicAntinAs
Miguel Ors Montenegro





























































































   6   7   8   9   10