Page 116 - La Libreta Gris - La otra crónica de Elche: 2008-2017
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huestes de la gaviota comandadas por Mercedes Alonso, la nueva heroína que ha hecho posible este hito de proporciones bíblicas, sólo comparable en los anales del PP local a la entrada en la ciudad del rey Jaume I y la consiguiente expulsión de la morería (perdón por la falta de delicadeza: la reubicación de los ciudadanos de religión musulmana) hacia el Raval.
La ciudadanía espera expectante el advenimiento de la Nueva Era para ver de qué va ese Cambio que los ilicitanos reclamaban con tanta ansiedad e insistencia, según nos recordaron con obstinación durante la campaña los presidentes Rajoy y Camps, Federico Trillo y otros profetas de la epifanía popular. Todo a su tiempo. La alcaldesa electa está trabajando en ello. No hay que desesperar, que un cambio de régimen municipal no se improvisa en tres días. Ni siquiera en tres semanas. Hay que hacer un cambio tranquilo pero contundente, con las personas adecuadas que representen el nuevo estilo de gobierno: firme sin ser autoritario, severo sin caer en la intolerancia, austero pero no paupérrimo. Un gobierno de derechas, sí, pero de la derecha civilizada, es decir, de centro–derecha con algunos toques de faux gauche (izquierda de pacotilla, en román paladino), unas gotas de ecologismo y un envoltorio de sostenibilidad, que se vende muy bien. "Sobre las ruinas de la decadente dinastía socialista edificaré mi reino", vino a decir la alcaldesa electa a sus compañeros de singladura, tras su rotunda victoria en la noche electoral. "Seré la alcaldesa de todos los ilicitanos, no sólo de los que me han votado", aseguró, emocionada (repitiendo el lema que ya estrenó Ramón Pastor en 1979 y que han repetido sus sucesores), asomada a la ventana de su sede electoral (una versión reducida y apelotonada del balcón de la calle Génova) y vitoreada por los seguidores desde abajo.
Mientras, en la sede socialista se vivían las exequias del ancien régime con sus responsables con cara de circunstancias y la militancia al borde (cuando no plenamente inmersa en ella) de una crisis nerviosa. Hubo lágrimas y sonrisas forzadas. Y hasta aplausos. Era lo normal en estos casos. Poco consuelo suponía el hecho de haber perdido sólo un centenar de votos y un concejal respecto a 2007, porque ello representaba tener que entregar la plaza al enemigo, extendiendo con ello el desconcierto, la zozobra y el desaliento en las filas socialistas. Alejandro Soler planea quitarse de enmedio y marcharse al exilio dorado de la Diputación, tal vez como portavoz de su grupo, a la espera de otros cometidos en reconocimiento a los servicios prestados, como un posible escaño en el Congreso. En cualquier caso, Soler ya no es el chico de la película tras perder el último
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