Page 47 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
P. 47
Pocos años después y estando mi hermano cumpliendo el servicio militar como marinero en Cartagena, mi madre propició un encuentro entre mi hermano y mi padre e hizo que se reconciliaran. Ese mérito sí que hubo que dárselo a mi madre. A partir de ahí, mi hermano ya empezó a hacer visitas a casa en permisos de verano y Navidades para ver a su padre y a su hermanita.
A mí me quería muchísimo y recuerdo que cuando era pequeña me enseñaba a bailar y a taconear al son de las palmas y de lo que él me cantaba, diciéndome cuando tenía que dar una vuelta o mover los imaginarios volantes de la falda.
Siempre me he carteado con él, y aun por carta, me decía como tenía que comportarme para ser una señorita, combinando siempre el bolso con los zapatos, no soltando palabrotas por mi boca, oliendo siempre a la misma colonia. Mi primer perfume, un frasquito de Joya, me lo regaló el, y sobre todo que estudiara.
Seguramente, él, que ya estaba a buen recaudo, se quedaría preocupado por mí, por cómo estaba la situación en mi casa. Siempre tensa y a punto de estallar, porque mis padres seguían como siempre, aunque estuviera él delante.
Haciéndome mayor por carta, poco a poco, le contaba cómo iba desarrollándose mi vida en casa, mis estudios, con quien salía, mis asuntos, pero siempre con cuidado, claro, yo tenía que leer en voz alta lo que mi hermano me contestaba y, además, mi padre no tenía ningún prejuicio en abrir mi correspondencia. En una ocasión que comenté por carta algo comprometido - “tú sabes que papá hace las cosas mal”-, mi padre lo leyó y me hizo comerme la cuartilla. Suena extraño, o raro, o exagerado, pero así se las gastaba mi padre.
También he vivido cosas muy buenas cuando venía a Elche. Como él vivía en una capital y era ya universitario, traía una maletita-tocadiscos y discos pequeños de vinilo. Organizaba unos pequeños guateques en el taller de mi padre a los que asistían sus primas y algunos amigos de la infancia. A veces también estaban las francesas “gorronas”.
Me he referido a las francesas como gorronas con toda la razón. Nuestro tío Antonio venía todos los veranos a España, bien a Elche o bien a Guardamar donde tanto él como su mujer tenían familia. Venía acompañado de tanta gente como cabían en el coche, su mujer, su cuñada soltera, sus hijas y todo un cargamento de equipajes de playa. En casa, por las noches, desplegaban colchonetas por el suelo para dormir y a la mañana siguiente a la playa. A mediodía a casa a comer, donde mi madre, la pobre, cocinaba para toda la gente. Tenía que hacer una gran paella o un gran perol, lógicamente sobre la fragua, porque en el piso con el hornillo era imposible cocinar para tantos.
Antes de irse a la playa le decían a mi madre -”Megsedesss, hoy costga, pog favog”- o “cosido con pelotasss” o “agós con conejo y cagacoles”- y Mercedes con todo el sudor del calor de Agosto cayéndole por la espalda, cocinaba día tras día hasta que se marchaban.
46