Page 6 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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Él siempre dijo que en la cárcel lo trataron bien como preso político, al fin y al cabo, el delito cometido no había sido muy grave. Su familia quedó entonces en la más absoluta miseria, sin ahorros y sin el cabeza de familia que trabajara.
Su mujer, por cierto, muy guapa, siempre se dedicó a sus labores como ama de casa y madre y por lo tanto nunca tuvo necesidad de trabajar. Ella se vio, de repente, con un hijo adolescente, una madre anciana y un hermano vago o golfo, o como se le quiera llamar, que siempre estaba pidiéndole dinero.
Esta mujer tenía grandes broncas y discusiones con su marido el Sr. Pepito, sobre todo porque se veía obligada a ayudar a su madre anciana y al gorrón de su hermano, el cual sacaba de quicio al Sr. Pepito, por eso, en ocasiones y a escondidas, mientras su marido dormía, le sacaba algún duro del bolsillo del pantalón.
Todavía existe en Elche una calle dedicada al padre de la legítima esposa del Sr. Pepito, Juan Manuel de la Morena, agente comercial de profesión y militante del Partido Radical que acabó asesinado en la carretera de Alicante en Septiembre de 1936.
El taller del Sr. Pepito, que funcionaba con cuatro empleados y un aprendiz, se fue al garete, y ya con el jefe en la cárcel no había ninguna entrada de dinero en la casa, pero, todos los días, misteriosamente, el hijo adolescente le llevaba una fiambrera con comida, y los mismo hacía, cogiendo el coche de línea cuando lo trasladaron a Alicante.
El Sr. Pepito nunca preguntó de donde sacaban el dinero para el viaje y la comida y al no ser religioso, como buen republicano, no podía esperar que lloviera del Cielo.
Es de justicia decir que la familia del Sr. Pepito se merece un análisis más profundo. Por ser el mayor de los cuatro hijos del herrador, todos varones, se suponía que tendría que seguir con el negocio familiar, inmerso en hierros, fragua y yunque, macho, tenazas, martillos y demás parafernalia de una herrería.
El Sr. Pepito era un muchacho achaparrado, de estatura media, corpulento, bizco por completo del ojo izquierdo, con el carácter fuerte, suficiente para imponer su criterio, con sentido del humor y con una gracia especial para requebrar a las mujeres sin faltarles al respeto, alabando "esa graciosa naricita” o “esos andares jacarandosos”.
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