Page 65 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
P. 65
Lo del “acoso” masculino era nuevo para mí, porque los insultos de las “triperas” me resbalaban, ya estaba acostumbrada, cosas más feas me habían llamado de pequeña y que me dolieron más.
Que conste que no llamo “triperas” a esas chicas en plan peyorativo. Eran “triperas” porque esa era su categoría laboral, igual que los “matarifes” o los “mezcladores”.
¡Y, otra vez, los malos olores volvían a perseguirme! En mi primera casa el olor a hierro viejo, a humedad, a rincones sucios y a rata muerta. En mi segunda casa, el olor a sumidero y a pozo ciego; y en mi trabajo ...
En el exterior y pegado a la parte de atrás del edificio de UGESA habían construido una especie de depósito rectangular descubierto donde arrojaban los despojos de los animales, huesos y cráneos mondos después de haberles quitado toda la carne para hacer embutidos. Esos desechos a la intemperie y bajo el calor del sol desprendían un hedor indescriptible que subía hasta las plantas superiores y se colaba por todas las rendijas, pestilencia a cadáver sin enterrar, olor que te produce arcadas y picor en la garganta, tufo a gato muerto atropellado en la carretera en Agosto.
Ese olor y los chillidos de los cerdos cuando los sacrificaban fueron los recuerdos más intensos de ese segundo trabajo que tuve como auxiliar administrativa.
En ese empleo hasta me salió un pretendiente serio, un chico del campo que era matarife. A pesar de su insistencia no le acepté, hubiéramos hecho una pareja horrible. Él era grandísimo, alto y corpulento, podía levantar un cerdo con poco esfuerzo y clavarlo en el gancho, y yo, menuda y poca cosa. Me lo tomé como una anécdota graciosa.
UGESA se había creado con la inversión de una gran cantidad de dinero proveniente de la venta de acciones que compraron los ganaderos y otros inversores grandes y pequeños. Se levantó un edificio moderno con todos los adelantos técnicos del momento, se trajeron desde Gerona y más tarde desde Alemania expertos en la fabricación de embutidos. Se cambió el Consejo de Administración varias veces, pero no sirvió de nada, porque al cabo de poco tiempo, la empresa entró en quiebra y los accionistas perdieron todo lo invertido. Recuerdo que en el Consejo de Administración había dueños de fábricas de calzado. Nunca vino tan al pelo el refrán de “zapatero a tus zapatos”.
De todo este asunto creo que fui la única que no salí mal parada de allí, porque me quedé trabajando con el abogado de la empresa y los auditores hasta varios meses después de la quiebra.
A razón o como consecuencia de mis trabajos como administrativa y secretaria tuve que romper, muy a mi pesar, la amistad que tenía con mi amiga Susi la alpargatera.
64