Page 72 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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Tuvo una enfermedad larga y dolorosa, entrando varias veces en el Hospital General de Alicante, porque aquí en Elche todavía no había hospital.
Yo, después de nueve años de noviazgo me casé, ya era tiempo. Mi boda fue triste, pues mi padre se empeñó en llevarme a la iglesia con su coche, un viejo Citroën dos caballos que tenía. Lógicamente no se lo consentimos porque ya estaba bastante mal, aunque sí, muy lúcido, así que se enfadó y no quiso ir a la ceremonia. Fue la puntilla que coronó su existencia como padre. Apenas un mes después de mi boda falleció.
Una vez ya casada y viviendo en mi propia casa, mi madre quedó sola con mi hermano de 10 años. Ella no dejó nunca de darnos problemas, algunos gordísimos, porque al quedar sola y sin el freno que le suponía mi padre se desmandó un poco más si cabe. Mis primeros meses de casada se vieron arruinados por la angustia que yo sentía al haber dejado a mi hermano a su merced.
Pero, en fin, estas páginas terminan aquí, porque mi intención era relatar la infancia, adolescencia y juventud que ellos me habían procurado, no dejándome disfrutar de la inocencia lógica de los pocos años, de la ilusión puesta en las pequeñas cosas, de la seguridad que te proporcionan tus padres, de mi noviazgo. Siempre con la Espada de Damocles pendiendo sobre mi cabeza.
Y ahora vienen mis escrúpulos morales, ¿Qué estoy haciendo?, ¿estoy faltando a cuarto mandamiento? “Honrarás a tu padre y a tu madre”.
Me hubiera gustado tenerlos a ellos como el pilar de mi casa, un mástil fuerte donde cogerme cuando tuviera problemas, dos seres sacrificados y amorosos que cargaran sobre sus espaldas con la responsabilidad de ser padres y que se me llenaran los ojos de lágrimas cuando, después de los años, me acordara de ellos. Pero eso no ocurrió y todavía me duele. Lo único que siento es una gran compasión por ellos y por lo que mis hermanos y yo nos hemos perdido.
Charo Martínez Martínez Mayo 2020.
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