Page 71 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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A él también le tocó vivir lo de “Hijo de_________ y de Mercedes”. Así que una noche que mi padre vino a recogerme a la parada del autobús, porque el tramo hasta mi casa seguía estando en la más absoluta oscuridad, le planteé la cuestión - “papá, ahora que eres viudo es el momento de que te cases con mi madre”.
Para mí era de vital importancia que cuando llegara la hora de casarme, mis tarjetones de boda estuvieran escritos como Dios manda, es decir, con los nombres y apellidos de mis padres a la izquierda, los de mis suegros a la derecha y en el centro los nuestros bien puestos, con los apellidos del padre y la madre de cada uno. Después de toda mi vida llevando los dos apellidos de mi madre, creo que me lo debía. Pues hasta eso me fue negado, porque el Sr. Pepito, en un arranque de falso orgullo, se negó en redondo. - “a estas horas - ¡ni pensarlo!” - dijo.
Como ya me temía su reacción, tenía ensayada mentalmente la forma de revertirla, no tuve más remedio que decirle -” vale papá, lo que tú quieras, pero que sepas que, a partir de ahora, voy a hacer todo lo posible para quedarme embarazada de mi novio, y cuando salga con la barriga ya veremos si “el qué dirán” te importa o no”- Me lanzó una mirada de odio con su ojo bizco, pero creo que se lo pensó dos veces, porque no me dirigió la palabra en toda la noche. Así que llamamos a mi hermano mayor y ejerciendo él y yo de padrinos, casamos a mis padres.
El cambio de nuestros apellidos no fue fácil, había que mover muchísimo papeleo. D. Rafael Ramos Cea, el único abogado que conocía mi padre porque, años atrás le había instalado un montacargas en la Casa Falcó donde vivía, se encargó de los trámites.
A pesar de la boda y de la legalización de nuestros apellidos, la tensión en mi casa seguía siendo constante, como una olla a presión a punto de estallar por algún lado.
El 24 de Junio de 1971 yo estaba trabajando entonces en un almacén de papel y bolsas de plástico situado en la calle Espronceda. Ese día cuando regresé del banco a donde había ido a entregar unas remesas de letras, mi jefe me dijo -” Rosario, ha llamado una vecina y ha dicho que vuelva usted a su casa porque ha pasado algo malo”- Crucé el puente de Santa Teresa primero y luego el Raval a toda prisa, temiendo llegar a casa y encontrarme a la policía, a la ambulancia y a todos los vecinos formando corrillos en la calle. En esos momentos pensé ¿Se habrían matado a martillazos o él habría empujado a ella por el balcón? No me esperaba nada mejor.
Cuando llegué a casa no había policía, ni ambulancia ni vecinos, entonces y sólo entonces di mil veces gracias a Dios y respiré aliviada porque no había ocurrido nada de lo que me había imaginado. Efectivamente, lo que pasó era una desgracia, pero del todo normal y que le pudo pasar a cualquiera. ¡A mi padre le había dado un infarto y estaba muy grave en la cama asistido por el médico!
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