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Institut Nacional de Segona Ensenyança d’Elx (1931-1939)
para repasarlas más tarde, en otras mañanas. Y hoy que, en mi profesión de arquitecto, explico el arte, comprendo aquel choque emocional que tuve, tra- gando, a bocanadas, la arquitectura árabe, el gótico de la catedral, el barroco de la Sacristía de la Cartuja... Una pasada de estremecimientos sensitivos, demasiado fuertes para un muchacho llevado en volandas de un lado a otro. Ahora ya lo entiendo. Sé que las artes se conciben como «espacios ordenados y sensibilizados»; cuestión demasiado abstracta para mi discurso infantil y peor aun para mi vacilante razonamiento. Sólo comprendí que las artes eran una superación en la laboriosidad de los hombres. Sólo eso. Hoy, en cambio, ya he compendiado, junto con mi hermano, todas las artes. Y hemos dado a luz «Las Artes Espaciales», donde se analizan cual espacios graduables: Decora- ción (unidimensional), Pintura (bidimensional), Escultura (Tridimensional) y Arquitectura (Cuatridimensional).
Nueva estampa –para mí bastante trivial– la sufrimos a la vuelta del viaje. Nos detuvimos en un punto alto, en un alcor dominante. Y desde allí, sobre la gran planicie del campo y por encima de las crestas de los árboles, se nos mos- tró, majestuosa y prieta, Granada. Mas el muchacho que yo era no entendía por qué suspiró y lloró el moro. Ahora lo comprendo: no es lo mismo visitar de paso una ciudad que saborear la vida en ella.
¡Y al autobús nuevamente, camino de Motril! Tengo de este tramo del viaje una aparición radiante, guardada en la memoria. ¡Abajo todos, fue el mandato que oí! Tal orden tajante nos llegó parados en un camino secundario, frente a un extenso campo plantado de caña de azúcar. Era media tarde, la hora de la merienda. Así que nos dispersamos como locos por el cañaveral, cortando tallos verdes de sabrosa mordedura. Creo que dejo ―definitivamente dibuja- do― este momento del cañar invadido de asaltantes. ¿Sabéis lo que significa? Quizás nuestro grupo de muchachos, mordiendo con fruición sus codiciados canutos represente una imagen clave. Porque en la complacencia del gusto y en lo prohibitivo del robo, asomó el primer atisbo de sensualidad, ante nuestra atónita mirada de niños.
Voy para el final. Cuando la profesora de Literatura, Francisca de Urquía, nos impuso escribir el resumen de este viaje escolar, mi hermano y yo colabo- ramos presentando la misma redacción. Lo hemos hecho siempre en los libros que tenemos publicados. Mas, aun siendo dos personas preocupadas del texto, se nos escapó un gazapo chocante. Contando la despedida de Boabdil el Chi- co, cuando miraba hacia Granada como rey destronado, dijimos que allí, en el alcor visitado, «dio el último suspiro el moro». Así que al leer semejante yerro
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