Page 234 - Institut Nacional Segona Ensenyança (1931-1939)
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Annex V. L’Institut en la memòria dels alumnes
frondosa amistad de Paquita de Urquía con nuestros padres explica y airea esa integración y acomodo con que se volcaron humildemente, los profesores del Instituto de Elche, a mezclarse en el mismo cuenco social de nuestro pueblo.)
Empero sin más, encaremos la historia. Añorar, significa amar lo vivido. Queda claro que los sentimientos de una persona han de servirle para enhebrar pedazos de vida, sobre todo, aquellos raptos que descuellan como remansos singulares. Así que revisando el viaje desde mi situación de ahora, encuentro cuatro momentos que guardo intactos, plenos de dulzura secreta; y otro, que me sume en tristeza y sonrojo. Lo contaré poco a poco.
La primera imagen donde sentí un deleite inefable, fue al parar el autobús en Puerto Lumbreras. Se detuvo junto a un gran ramblizo de agónica soledad, casi en un dilatado desierto, para que allí, los chiquillos, tomásemos nuestro bocadillo. Era una cuenca ancha, rambla seca entregada al misterio, la cual, sin embargo, encontré propicia a mi espíritu. ¿A causa de qué? ¿Por qué se fijó este paisaje en mi mente y qué descubrí en él? Ahora, pasado el tiempo, lo comprendo todo. Quizás sentí allí ―tras la primera parada de la ruta― exal- tarse en mí, sin importarme el destino del viaje, cierta circulación vital que se precipitaba con euforia en mi corazón. ¡Era libre! Hoy, a mis años, lo he definido muy bien. Era un gozo, entonces inexplicable, pero al que el tiempo ha dado sentido. ¡Tenía ante mí toda la Tierra!
Otro segundo paisaje que intenta sobresalir, empujado desde lo oscuro, se centra en el hotelito de Granada donde nos alojamos después del largo viaje. Blanco de aspecto, se empinaba por la ladera del monte; y teníamos que cruzar hacia él, por un puente sobre el río Darro. No sé si lo he soñado, pero apostaría que habrá desaparecido. Porque todo lo que nos maravillaba de chicos, huye hacia la niebla y se sale del sueño vivido. Lo he buscado en vano. Nunca lo encontré. Mas, ¿qué sucedió allí? Me sedujo oír el murmullo de las aguas del Darro corriendo cauce abajo, repitiendo una y otra vez su gargarismo sonoro. Y también la visión de un verde estallante que se derramaba por la falda vege- tal de un montículo, donde brotaban a su vez las floraciones de los jardines. En efecto, me deslumbró este desaforado grito de la Naturaleza que me llamaba con un panorama sonoro que, para colmo, venía coronado por la muralla his- tórica de la Alhambra.
¿Y de la lectura del arte ―a la luz de las piedras de Granada― qué de- duje? Vano empeño fue para mí recordar después del viaje, la hermosura de la Granada artística. Se me ocultó entonces ―lo confieso en dulce congo- ja― la belleza de las artes. Sólo guardé en la mente cuerpos confundidos, imágenes fugaces, como esa colección de postales que compran los turistas
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