Page 52 - La Libreta Gris - La otra crónica de Elche: 2008-2017
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avisado", criticó. "¿Les suelen avisar?", se le preguntó. "No", respondió. Vale. Se ve que ningún edil llevaba reloj, por lo que no pudieron cronometrar los 15 minutos de receso que dio el alcalde para calmar los nervios. Luego, añade que de todas formas no tenían previsto volver por lo mal que les trataron, la falta de libertad de expresión y todo eso. Pues bien. No es lo mismo que uno no llegue a tiempo a un pleno tras el descanso –que ya de por sí es de risa–, que no acudir porque se decida hacer un plante. Probablemente el grupo Popular iba buscando alguna motivación para dar un puntapié al escaño y poner coto a los desmanes, prepotencia y malas artes del alcalde como moderador de los plenos. Alonso ha llegado incluso a elogiar el savoir faire de Diego Maciá en las sesiones plenarias: ¡qué maleable es la memoria cuando beneficia a los propios intereses!
La cuestión en este caso adquiere un matiz semántico. ¿Es un insulto que un representante político llame a otro garrullo y zafio? ¿Lo es tanto como para justificar un gesto tan grave y severo como abandonar una sesión plenaria? Si se admiten como insultos, ¿se está insultando también a los ciudadanos que han depositado su confianza en la formación política a la que representa el vilipendiado? Si Rajoy denunció la zafiedad de los socialistas y de Zapatero al comienzo de la última campaña electoral, ¿debió de haber abandonado ZP la carrera por la reelección en señal de protesta? ¿Es peor que le llamen a un concejal popular garrulo o que la portavoz de la oposición califique al alcalde de jefe de la Gestapo como sucedió en el tumultuoso pleno extraordinario de febrero del 2008, en el que Candela también llamó a Alonso barriobajera. (Por cierto, que luego los tribunales dieron la razón al PP en sus quejas de que el alcalde les había coartado su derecho a debatir en esa sesión).
El insulto y la descalificación están instalados desde hace tiempo en la política, de tal forma que hasta los tribunales han rechazado en varias sentencias el carácter punible a estos intercambios de puñales dialécticos. En cualquier caso, son escaramuzas políticas de poca enjundia que no llegan a las trifulcas de órdago que se armaban en los plenos de antaño, con Manuel Rodríguez de alcalde y Manuel Ortuño liderando la oposición municipal y acusando voz en grito a la primera autoridad de capitidisminuir los derechos de la bancada popular (en la que, por cierto, también hubo un edil díscolo que iba a su bola como ahora, el cabeza de lista Alberto Padilla). El momento culminante de toda aquella época turbulenta fue cuando la Policía Local se llevó a rastras de su banco a un edil popular en medio de una algarabía más propia de una pelea de gallos que de un salón
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