Page 43 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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 En el patio de butacas y aprovechando la oscuridad, había gente que ponía a orinar a algún crio, y como había pendiente, de repente veías como un riachuelo de pis pasaba bajo los pies hasta el escenario de la pantalla, debido a ello, al entrar en la sala siempre había un olor penetrante a Zotal.
Al ser un cine de barrio, la costumbre de la época, años cincuenta, permitía que dentro del cine se pudiera comer, beber, fumar, llenar el suelo de cáscaras de pipas y cacahuetes, escupir, gritar, y por supuesto, llamar al acomodador sí algún tipo raro se sentaba al lado de una chica y le tocaba la pierna o intentaba cualquier otra cosa. - ¡La cantidad de abusones sexuales que habrán acogido los cines en esos años! -
En invierno, en el cine, hacía un frio espantoso, por lo que los vecinos, sobre todo entre semana, nos llevábamos un brasero portátil consistente en una lata ancha de atún o tomate llena de brasas de carbón y con tres alambres para transportarlo a modo de botafumeiro. En cada sesión, teniendo en cuenta que las sesiones duraban tres horas o más, como mínimo yo tenía que ir una vez al váter, seguramente tenía la vejiga pequeña como una nuez. Entonces armándome de valor y por no mearme encima, bajaba a ese dichoso sótano solitario con poca iluminación y con el fuerte olor a Zotal multiplicado por diez, orinaba deprisa y subía corriendo como si alguien me persiguiera.
Cuando ya habíamos visto las películas del Cine Avenida, igual nos íbamos al Ideal, al Central o al Alcázar y, muchas veces por los nervios de mi madre y porque se sentía culpable o preocupada por si venía mi padre, nos salíamos antes de ver el final de la película. - “¡Ale, vámonos que lo que falta ya nos lo imaginamos!” -
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