Page 54 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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D. Ramón, como vivía en el campo y mi casa le cogía de camino, a veces se ofrecía a llevarme sentada en la parte de atrás de su moto.
Miralles llegó a confiar tanto en mí, que me daba las libretas de Ortografía de los más novatos para que las corrigiera. Tenía que rodear la falta con boli rojo y el alumno la repetía diez veces. Por cierto, imitaba y aún imito a la perfección la firma que Miralles ponía en la libreta como dando fe de que estaban corregidas. La firma, más que firma, rúbrica, parecía una raspa de sardina.
En la Academia no todo era trabajo y estudio, allí organizamos un grupo de chicos y chicas, todos adolescentes y preadolescentes, que queríamos seguir el modelo que había dejado otro grupo de estudiantes, algo mayores que nosotros, que se formó anteriormente. Al grupo le pusimos el nombre de “RI-JU” (Ripollés Juvenil) y cada vez que se acercaba el día de San José, preparábamos obras de teatro para representarlas ante los profesores y alumnos. Casi siempre eran sainetes cómicos en valenciano y no lo hacíamos del todo mal puesto que actuamos en más de una Peña o Asociación de Vecinos.
Como cabía esperar de mi madre, nunca me preparó el bocadillo para almorzar, así que todos los días mi padre me daba algunas monedas para que me comprara algo. Lo de almorzar era un decir, porque a mí ya se me había despertado la pasión por la música, por lo que en vez de ir a la freiduría de la calle Olivereta a comprarme un cartucho de patatas fritas, me iba a la Plaza Mayor, donde en una tienda de electrodomésticos tenían una máquina de discos, de aquellas que marcabas un número y una letra y milagrosamente salía de una casilla un disco de vinilo y se colocaba encima del plato giradiscos. Yo ponía siempre las mismas canciones, “Perro de Caza” de Elvis Presley y “Diana” de Paul Anka y mientras giraba el disco me convertía en otra persona, no llevaba gafas, no era insignificante, mis padres no discutían y mi casa no tenía ratones.
Ya no me hacían tanto daño los comentarios más o menos velados de las vecinas porque a mí ya no me interesaba “jugar”. Otras cosas ocupaban mi tiempo, estudiar, hacer los deberes y dedicarme a soñar.
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