Page 55 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
P. 55

En la Academia me encontraba feliz, allí empecé a convivir y hablar con chicos e hice mucha amistad con un vecino, que hasta entonces ni se había dado cuenta que yo existía, se llamaba Antoñito Soler y su padre era panadero. Íbamos y veníamos juntos, hablando de mil y una cosas y nos prestábamos, tebeos, fue una amistad muy bonita, pero años después, al cambiarme de casa, nuestra amistad se enfrió.
En la Ripollés también estaban otros dos profesores, Miralles, (a quién ya he mencionado), que era un hombre joven, alto y delgado al que le faltaba el antebrazo izquierdo a causa de un accidente que tuvo de pequeño con una escopeta, y D. Ernesto, un hombre maduro quien desde el primer momento que me vio me trató como a una persona mayor, cordial pero sin dar confianzas, exigente y duro, pero no cruel, lo mismo te daba un chicharro (un capón en la cabeza con el nudillo del dedo medio) que te quitaba con todo el cuidado un padrastro de los dedos. Una vez le dije - D. Ernesto, aquí hace frio – y él me contestó:
- ¿Frio dices?, eso me inquieta,
- ¿Frio dices?, eso me espanta.
- No llevarás camiseta, ¿verdad? -, -Pues toma esta manta.
Con esa mini poesía, me dio entrada a un mundo adolescente en el que, por suerte, se hablaba, se razonaba y se escapaba una del ambiente barriobajero y criticón.
Los sábados de 12 a 1, en el “Aula de Conferencias”, se daba a los alumnos la oportunidad de hablar, debatir y opinar de muchas cosas, como si de una clase “magistral” se tratara.
Con doce años y estando en la Academia ME ENAMORÉ, y lo pongo con mayúsculas porque dudo que en el mundo de los adultos se pudiera sentir un amor tan grande como el que yo sentía por aquel chico. Era dos o tres años mayor que yo, se llamaba José Carrillo Portugués, (todavía me acuerdo) y tenía una cara de sinvergüenza encantador. Delgado y de pelo castaño, con una sonrisa que a mí me parecía fantástica, muy seguro de sí mismo y que nunca me dirigió la palabra, ni siquiera una simple mirada. Pero era igual, yo no necesitaba contacto físico, me conformaba con soñar. Cuando me acostaba por las noches, sólo tenía que darle al interruptor de mi cabeza para imaginar las imágenes más tiernas, que me cogía de la mano, que me acompañaba a casa... sólo eso y me conformaba. Para mí, el amor físico o el sexo no se habían inventado.
54


























































































   53   54   55   56   57