Page 155 - Las Clarisas en Elche
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y devoción, que podía infundirla aún a las persona más relegadas, y perdidas, y después de los maytines, y laudes, se quedaba en oración mental hasta la hora de prima. Entre los muchos devotos exercicios, y piadosas consideraciones, era una, el que el máximo doctor de la Iglesia, San Gerónimo, de quien era cordia- líssima, y especialíssima devota, solía muy a menudo executar, que era darse crueles, despiadadas, y rigurosas disciplinas de sangre hasta regar las lozas del pavimento, y fuertes, recios, y doloridos golpes en su delicado pecho con una dura y despiadada piedra de mármol. Buscando a esta sierva del Altísimo en cierta ocasión las religiosas, y no pudiéndola hallar en todo el monasterio la vinieron a descubrir en un establo, al pie de un pesebrillo antiguo, que estaba vertiendo abundantes tiernas lágrimas, en la consideración del temporal, y ad- mirable nacimiento del Niño Jesús en los desprecios de un humilde pesebre, de cuyo gozossísimo y tierníssimo misterio era sumamente enamorada. Afeáronle las religiosas, el que se retirara a tan inmundo lugar para el exercicio santo de la oración, y ella les respondió assí con igual ternura, que humildad: «Pasando por este sitio, hijas mías muy amadas, se me ofreció a la memoria, lo que el máximo doctor San Gerónimo escrivió de este humildíssimo y dulcíssimo misterio, que se obró en el humilde pesebre a su amado discípulo Eustoquio, y como soy tan pecadora, e inperfecta, parece que me quedé sin poderlo remediar, miserable- mente dormida».
Esto dixo porque en la realidad, la habían hallado totalmente suspensa, y enagenada de los sentidos; y esto era muy usual, y frecuente en ella, el que la magestad de nuestro gran Dios la honrace con algunos bien especiales, y extraordinarios favores, entre otros, deseando saber esta admirable y extática heroyna, qué exercicio espiritual fuese más del gusto y agrado de este amantís- simo Señor, se dignó de manifestarle Su Magestad, que el santo y contemplati- vo exercicio de la meditación de sus soberanas llagas, a las que desde entonces, todos los días por cien veces, saludaba diciendo a cada una de las cinco, el psalmo Laudate Dominum de celis.
Colmada en fin, de merecimientos, de virtudes, de penitencias, y de años, halló la inexorable muerte (que a nadie perdona) a la venerable madre sor doña Ángela Martínez Miedes, siendo muy correspondiente y seguida a su religiosa, y santa vida, en todo exemplar. En el día de la Visitación de Nuestra Señora a su dilectíssima prima Santa Isabel, madre de San Juan Bautista, día 2 de julio, pasó esta grande sierva del Señor a los eternos amorosos brazos de su divino esposo Jesús, según piadosamente se cree del año 1527, según el martirologio franciscano. A su entierro, y funerales exequias, concurrió un numeroso gentío, aumentándose por instantes la grande maravilla de exhalar su cadáver una gran-
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