Page 19 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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Cuando mi padre me vio, sacó la vena graciosa y encantadora que utilizaba cuando había público. - ¡Que colorada está esta niña, más que una niña parece un pimiento! -, dijo. Con esta frase arregló la situación y al cabo de pocos días nos fuimos todos a casa, a Elche.
Estoy bautizada en la Parroquia de San José de Carolinas y me pusieron por nombre Rosario, como mi abuela paterna. El nombre lo eligió mi padre, ¡faltaría más!
Como una nebulosa (me gusta esa palabra, nebulosa) empiezo a tomar conciencia de mi existencia como persona, más o menos a los tres años, y porque tengo viejas fotografías que, junto con las explicaciones de mis padres, me ayudaron a saber que era quien era.
De la mano de mi padre y con mi madre a su derecha, una criatura de unos tres años, con vestido blanco y canesú de volante, bolsito en bandolera y peinada con flequillo y dos trenzas hacia dentro al estilo mexicano, cruzaba el Puente de Canalejas, sin tráfico, con la Casa de ”Els Paluts” al fondo en el verano de 1950. Mi madre una mujer delgada y menuda, con vestido claro camisero, gafas de culo de vaso y un peinado ”Arriba España”, con su inseparable abanico que siempre le sirvió de visera porque el sol le hacía daño en sus delicados ojos. Mi padre, un señor mayor, con el pelo completamente blanco, muy corto, "a la sivaeta”, pantalón blanco de verano, chaqueta oscura, corbata y zapatos blancos. El colmo de la elegancia. También con gafas y con el ojo izquierdo tan bizco que se le metía dentro del puente de la nariz. Cosa rara pero ese detalle no le afeaba en absoluto, al contrario, le daba un
aspecto como más distinguido. Eso y su pipa, que siempre llevaba en la boca, encendida o apagada, le confería un aspecto interesante, varonil o algo así.... como de señor feudal.
Como niña yo no era gran cosa, ni muy bonita ni muy fea, de pequeña estatura, físicamente parecida a mi madre, pero sin sus labios finos, yo los tenía más bien gruesos, como mi padre. Todas mis demás características me fueron apareciendo a lo largo de los años. Durante algún tiempo fui “la nena”, después Rosarito, Rosarín, Rosario “la porronica”, Chari y Charo. Eso sí, Martínez Pellicer, los dos apellidos de mi madre hasta muchos años después.
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