Page 32 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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Un oasis en mi vida infantil fue la tienda de la “Tía Pebrera”, una casita que hacía esquina a una manzana de mi casa. La “Tía Pebrera” era una mujer mayor, viuda y con un hijo, que a la entrada de su casa tenía un espacio pequeño pero ordenado, donde detrás de un mostrador tenía cosas que me encantaban, frutos secos, habas, almendras, pipas y nueces, cacahuetes y pasas. Los cartuchos para los frutos secos los hacía con papel de periódico en tres tamaños, pequeños, medianos y grandes según los céntimos que llevaras. En una vitrina grande estaban las “tetas de monja” de merengue caramelizado y sobre base de bizcocho, eran lo más divino que había en el mundo. Recuerdo a la “Tía Pebrera”, siempre de negro, con su canoso pelo peinado con ondas de pinza, mandolina y moñete detrás, con delantal a cuadros blancos y negros y con una pala matamoscas en la mano siempre atenta a que las moscas no le cagaran los pasteles.
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