Page 36 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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SALUD Y VIVENCIAS. “GUATA”
De pequeña, nunca fui una niña fuerte. Recuerdo haber pasado todo tipo de enfermedades, seguramente como casi todos los niños de entonces. Yo pasaba unas infecciones de garganta con placas de pus antológicas, constipados, sabañones, uñeros, sarpullidos, verrugas en las manos y en las rodillas, varicela, lombrices y caries. Ya, de hecho, los dientes de leche se me cayeron negros y podridos. La vacuna contra la viruela me hizo una reacción tan virulenta que estuve con fiebre varios días, con el brazo hinchado y con el colador protector sobre la herida que me provocó el pinchazo y que no se cerraba ni a tiros. Debajo de la costra, se volvía a hacer pus. Superado aquello, me salió un grano en la barbilla que el practicante Caracena, ayudado por mi padre que me sujetaba, me sajó para sacar toda la porquería de dentro. Una verdadera salvajada, a lo vivo y a traición, todavía conservo la cicatriz.
Pero la joya de la corona de todas mis dolencias infantiles fue la Brucelosis. Algunas tardes y con unas moneditas y un vaso, las niñas de la calle íbamos al “Hort del Borreguet”, una vaquería que había cerca de mi casa, y nos ponían el vaso lleno de leche, caliente y espumosa, directamente de la ubre de la vaca, sin hervir ni nada nos la bebíamos allí mismo. A nadie le pasó nada, pero yo cogí lo que entonces se llamaban “Las Fiebres de Malta”. Pasé ocho meses en cama, comiendo apenas nada, porque todo me sentaba mal.
El médico que me trataba, D. Eduardo Jiménez Azcárate, seguramente hizo lo que pudo, pero la enfermedad fue larga y dolorosa. Me quedaron dolores tan intensos en las piernas que tenía que ir al colegio apoyándome en las paredes, a veces, el aprendiz de mi padre, me llevaba al Cine Avenida subida a su espalda porque yo casi no podía andar, el dolor era como si algo me estuviera royendo por dentro de los huesos de las piernas. Por aquel entonces yo tomaba botellas y botellas de Calcigenol y de Quina Santa Catalina.
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