Page 37 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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Durante todo el tiempo que estuve enferma, yo leía montones de tebeos, más que leer, devoraba, el clásico TBO, los de Hazañas Bélicas, El Capitán Trueno, El Jabato y también los de Johnny Fogata que eran del oeste.
Cuando ya no tenía nada que leer, cambiaba mis tebeos por otros en el quiosco de la Plaza de Los Pontos por 10 céntimos cada uno. Incluso después de recuperarme, mi estado favorito era sentarme en el portal de mi casa y leer, leer sin parar, aunque luego me doliera la cabeza por haber estado al sol.
Por la puerta de mi casa en la calle Eugenio D’Ors, 54, pasaba todos los días el carro de la hierba para los conejos. Entonces, como mucha gente vivía en casas de planta baja y patio tenía animales. Nosotros teníamos conejos y palomos en el lavadero de la terraza y muchas veces hemos tenido también gusanos de seda a los que alimentábamos con las hojas de morera que recogíamos en la carretera de Alicante.
En la calle, cuando el caballo del herbero se cagaba, las vecinas, lejos de enfadarse, salían con papel de periódico y la pala del brasero a recoger las boñigas, después las dejaban secar y una vez secas las repartían en las macetas. Crecían unas plantas preciosas, sobre todo alábegas cuando llegaba el verano. Eso ocurría en muchas casas, pero en la mía nunca he visto una planta.
También pasaba el vinatero, tirando el mismo del pequeño carro con dos barriletes y una goma. En uno llevaba vino “embocado” dulce y en el otro vino normal.
Con su propia boca aspiraba la goma para que saliera el vino y llenar la botella o jarra que sacaban los vecinos. Ahora, eso, se consideraría una auténtica guarrada.
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