Page 39 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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conformaba la visión de la calle, de mi barrio, de mi infancia.
Muchas de las mujeres de mi barrio, ayudadas por sus hijas y nietas se salían a la acera para hacer guata. En mi casa nunca se hizo guata, a pesar de que el dinero nos hubiera venido muy bien, pero mi madre no tenía ninguna habilidad con la aguja, ni con la aguja ni con nada, nunca la he visto con una labor entre las manos, sólo las dichosas novelas de Pueyo y Corín Tellado, viejas, nuevas, compradas o cambiadas, daba igual, sólo novelas en sus manos.
Por si alguien no lo sabe, la guata era una especie de borra de algodón, que no lana como como la de los antiguos colchones, la borra era un material más burdo. Se ponía en la suela de la zapatilla, se ordenaba un poco con las manos procurando que no hiciera bultos, se le ponía encima una plantilla de tejido y se cosía todo con una aguja gruesa e hilo fuerte. Al terminar de coser la plantilla, quedaba un acolchado donde se apoyaba la planta del pie. Luego con mucho cuidado y esfuerzo, se le daba la vuelta a la zapatilla y quedaba lista para ponerla por pares numerados y con una goma alrededor. Todas las niñas del callejón ayudaban en este menester, igual que a cortar hilos delante de sus madres que trabajaban con máquinas de aparar.
Mientras tanto, yo hacía cientos de Cuadernillos Rubio de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones, porque esas eran las órdenes de mi padre y sus órdenes eran “Palabra de Dios, te alabamos Señor.”
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