Page 38 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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Camino del trabajo, cuatro veces al día, dos de ida y dos de vuelta, pasaban en grupo o en parejas “las carameleras”, chicas jóvenes que trabajaban en la Fábrica de Caramelos Torres que estaba al final de la calle. Era un gusto verlas con sus faldas
superestrechas marcando culo, zapatos de tacón y los labios pintados de rojo. Las niñas, de puntillas imitando los tacones y poniendo la boca en plan ”pitiminí”, recorríamos la acera hasta la fábrica, un local grande con olor a caramelo quemado. Mi padre iba muchas veces a arreglar alguna máquina y siempre me traía algún trozo de caramelo sin envolver.
Los domingos pasaba el churrero, con una cesta llena de churros tapados con un paño. La nota festiva en verano la ponía el “Chambilero” que con sus especialidades de agua cebada, limón y horchata granizada metidas en heladeras con tapaderas cónicas y sus helados de chocolate, mantecado y “tuti fruti” para poner en el cucurucho o en el “chambi”, hacía que los críos del barrio nos pusiéramos muy pesados pidiendo a nuestros padres dinero para comprarlos. En más de una ocasión, las mujeres le decían al “chambilero”, -! anda vete ya y no nos marees! -
Y, al igual que el afilador que pasaba muy a menudo por la calle, haciendo sonar su “chiflo” para llamar a las mujeres a que sacaran sus cuchillos, navajas y tijeras, pasaba también el “estañaor y paragüero”, un individuo que en una carretilla portaba herramientas rudimentarias para reparar peroles y lebrillos de barro, haciéndoles unos pequeños agujeros con un berbiquí de cuerdas, les ponía una especie de grapas para unir la rotura, quedando de nuevo listos para usar.
Para estañar pucheros de cobre y calderos de hojalata calentaba el antiguo soldador en una pequeña estufa de carbón y cuando estaba a una temperatura adecuada lo colocaba encima del agujero y derretía el estaño, luego añadía salfumán para que agarrara mejor el estaño, cuando se enfriaba lo lijaba hasta que quedaba fino. Igualmente, los paraguas, todos negros y con las varillas o las telas rotas, en manos del artesano, quedaban como nuevos.
Tiempos oscuros de trabajo duro y de pobreza inmensa, donde la gente que sabía administrar lo que tenía lograba salir adelante con dignidad y otra gente, a base de orgullo, trampeos y malicia... y cuando te preguntaban - ¿nena, que has comido hoy? -, estabas aleccionada para responder -” arroz con pollo”-
Todo eso, junto con el Rosario de la Aurora que pasaba los domingos a las seis de la mañana con su sonsonete de beatas somnolientas,
-” Santa, Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén Jesús”-
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