Page 62 - Con Olor a Hierro - Charo Martinez
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El trabajo en la oficina de Ilicitán era variado e instructivo, pues aparte de copiar informes a máquina buscaba en el archivo donde se almacenaban alfabéticamente los informes. Subiéndome a una escalerilla de madera bajaba los grandes cajones, los apoyaba en una base que tenía el propio archivo y localizaba, bien por nombre y apellidos o por razón social, el documento que necesitaba. Los informes que pertenecían a Elche estaban en un sitio separados de los del resto de España. Allí aprendí nombres de pueblos que ni sabía que existían y a que provincia pertenecían. Para la obtención de información, enviábamos por correspondencia, a los secretarios de los Ayuntamientos un cuestionario con preguntas sobre la empresa en cuestión, adjuntábamos en el sobre un billete de 5 pesetas y siempre contestaban con las respuestas más o menos precisas.
Cuando empecé a trabajar en Informes Ilicitán, me llevaba a casa informes para copiarlos con la Underwood en mis horas libres. Había veces que el teclear de mi máquina de escribir competía con el martilleo constante del taller y eso tenía razón de ser. Me pagaban cada copia de los informes a 1,50 pesetas y en cuanto tuve el suficiente dinero ahorrado y ya con dieciséis años me fui al dentista para que me sacara los colmillos superiores que me salieron de mala manera y me afeaban la cara abultándome el labio superior. ¡Y un complejo que me quité de encima!
Siempre he tenido un poco de dinero ahorrado. Justo delante de la Academia Ripollés estaba la Caja de Ahorros Provincial, donde tuve mi primera cartilla de ahorro. Para abrir la cartilla fue necesario contar con la autorización y la firma de mi padre, porque al ser menor de edad no se podía hacer de otra forma. Como digo, siempre he tenido dinero, primero porque trabajaba mucho con los informes y porque también llevaba las cuentas de una pequeña fabriquita de calzado, y segundo porque tenía el hábito del ahorro. Hábito, desde luego, no aprendido de mis mayores. Por ese motivo, mi padre me solía vaciar la cartilla cada vez que le vencía una letra y no tenía para pagarla.
El negocio de informes de D. Nazario siguió funcionando durante bastantes años, aunque cambiaron de ubicación, trasladándose a la calle Maestro Serrano.
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